Al igual que Occidente, el mundo musulmán recibió mucha influencia de Bizancio. Los primeros burdeles islámicos fueron fundados en Bagdad, durante el apogeo del Califato, a mediados del siglo VII. Los cronistas de la época indican que las internas eran esclavas de origen turco, cuya belleza era sumamente apreciada. Más que simples prostitutas, ellas eran cortesanas porque se les enseñaba a cantar, bailar y tocar el laúd. El nombre con el que se les conocía era “serai”, palabra árabe de la que proviene la italiana “serrallo”, un sinónimo de prostibulo.
Los burdeles árabes también fueron herederos de la tradición de las termas romanas. No había camas como en Occidente sino divanes, alfombras, divanes y cojines donde se comía, bebía y se brindaba el servicio. En los locales más pobres el servicio se daba sobre pieles de carnero.
Visitar el prostíbulo era todo un rito. La formula con la que se accedía a la atención era una especie de contrato simplificado de matrimonio. El costo del servicio era una dote simbólica que aseguraba la fidelidad de la serai durante el tiempo de atención. Ambas partes debían hacer abluciones rituales después de la atención. Los hombres debían hacer las mismas abluciones si eyeculaban tras masturbarse o después de un sueño húmedo. No se podía dar el servicio en los baños, pues se creía que “una mujer en los baños nunca iba sola, la acompañaba el diablo”.
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